lunes, 4 de mayo de 2015

EL HOMBRE MAS INTELIGENTE DEL MUNDO


Pocos temas han sido tan controvertidos en Neurociencia como el de la inteligencia humana: qué es, cómo se puede medir, en qué medida es hereditaria y cómo se puede aumentar. Las medidas de la inteligencia se han usado desde para justificar el colonialismo europeo en otros continentes hasta para limitar la entrada de inmigrantes del sur de Europa en los Estados Unidos, desde para discriminar a grupos indígenas en países multirraciales a conseguir la benevolencia de los jueces o jurados en algunos crímenes abyectos...


La inteligencia es esa capacidad cognitiva tan difícil de explicar que se ha llegado a definir —con bastante caradura— como aquello que medían los test de inteligencia. Una medida relacionada y ampliamente utilizada, aunque no muy bien entendida y para muchos discutible, es el llamado cociente de inteligencia (CI), un sistema de puntuación a unas pruebas determinadas, esos test de los que hablamos. Aceptar este índice requiere asumir que hay «algo»  unidimensional en las habilidades cognitivas de una persona, que se puede calibrar con una escala numérica, que es constante para un individuo determinado y que permite una comparación entre personas diferentes o entre distintas fases de la vida del mismo sujeto. Evidentemente no es un tema fácil: distintos tipos de test dan distintas puntuaciones a la misma persona, quedan fuera componentes clave de lo que entendemos por inteligencia como la creatividad o el manejo de las emociones y ha servido para justificar algunas de las discriminaciones más evidentes de nuestras sociedades como el machismo, el racismo o el clasismo, pretendiendo dar una validez científica a esos sesgos sugiriendo que el grupo tratado de inferior está ahí porque es su sitio.



Evidentemente, los test son una construcción humana y su diseño parte de unos planteamientos previos. Por ejemplo, la mayor parte de los test de inteligencia, incluidos algunos de los más populares como el WAIS o el WISC-R, están pensados para eliminar diferencias entre sexos, por lo tanto llegarán inevitablemente a la conclusión de que no hay diferencias entre el CI de hombres y mujeres. Sin embargo, eso mismo no se ha hecho con los diferentes grupos étnicos o con grupos cuyo funcionamiento mental es diferente por lo que las minorías raciales o grupos como los afectados por un trastorno del espectro autista, puntuaran menos que los normotípicos blancos.

Según Linda Gottfredson, profesora de la Universidad de Delaware, el CI hace referencia a un punto sobre el que a menudo nos sentimos incómodos: que la naturaleza no es igualitaria. La gente nace con diferencias en su potencial intelectual, al igual que las hay en su potencial para alcanzar una altura determinada, tener atractivo físico -gracias mamá-, una habilidad artística, una destreza atlética u otros rasgos. Aunque las experiencias subsiguientes (educación, apoyo familiar, alimentación, etc.) modelan este potencial —según Gottfredson— «no existe ninguna ingeniería social capaz de convertir a individuos con aptitudes mentales ampliamente divergentes en iguales intelectualmente».areyousmarterthanaverage_4f915af0aceb6


La mayoría de la gente tiene CI entre 90 y 110, pero hay gente por debajo y se establecen distintos niveles de discapacidad intelectual y gente por encima, que en ocasiones son calificados de superdotados o genios pero que es más común hablar simplemente de personas con alto CI. Mensa, la asociación de personas con alto CI más conocida, más antigua y con más socios requiere que sus miembros estén por encima del percentil 98. Puesto que la mayoría de los test están diseñados para tener una media de 100 y una desviación estándar de 15, el percentil 98 es de 131, lo que explica eso que aparece en algunos sitios de que alguien es un genio cuando su CI es de 132 o más. En cualquier caso sería ampliamente superado por William Sidis quien según algunas fuentes tuvo un CI entre 250 y 300.

Sidis nació en Nueva York el 1 de abril de 1898, curiosamente el llamado día de los locos en Estados Unidos, similar a nuestro 28 de diciembre y sus inocentadas. Sus padres eran judíos ucranianos que habían huido los pogromos que asolaban su patria. Su padre, Boris Sidis, aprendió inglés a los pocos meses de llegar a América, se graduó en Harvard y se convirtió en un famoso psicólogo. Tenía la idea, popular en aquella época, de que cualquier niño, si se le educaba correctamente tenía el potencial para convertirse en un genio. Usó a su hijo como ejemplo para sus teorías, animó a los padres a enseñar ellos mismos a sus hijos en casa y nunca se preocupó sobre el posible impacto que pudiera tener en William convertirle en el sujeto de sus investigaciones o su particular forma de crianza. Su objetivo era convertirle en un genio y lo iba a lograr.



Los padres, siguiendo una de las tradiciones de la cultura judía durante siglos que considera que lo mejor que se puede hacer por un hijo es encaminarle al estudio, apostaron por una educación lo más completa, intensa y precoz posible, pero también le presionaron de una forma inmisericorde prohibiéndole cualquier distracción que no tuviera un reflejo académico. William-Sidis-2Según sus padres, a los 6 meses el pequeño William señaló con el dedo la luna y dijo el nombre de nuestro satélite, su primera palabra; a los 18 meses, su vocabulario era tan rico que leía el New York Times con fluidez; a los 8 años, había aprendido por su cuenta ocho idiomas además del inglés (latín, griego, francés, ruso, alemán, hebreo, turco y armenio) e incluso había inventado un nuevo idioma llamado el Vendergood con un sistema de numeración en base 12 y era capaz de superar el examen que se pedía para ingresar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. De hecho, ingresó en la Universidad de Harvard en 1909, cuando tenía 11 años, siendo considerado un niño prodigio tanto por sus habilidades lingüísticas como por su dominio de las matemáticas. A esa edad llegó a dar charlas al Club de Matemáticas de Harvard, en el que participaban profesores y estudiantes, sobre cuerpos de cuatro dimensiones. Obtuvo su licenciatura, cum laude, a los 16 años. Daniel Compstock, catedrático en el MIT predijo que se convertiría en un matemático de talla mundial.



Aunque William Sidis ha sido descrito como «el mejor cerebro de América» y «el individuo más inteligente del siglo XX, si no de todos los tiempos» el destino no fue generoso con él. Al poco de terminar la carrera, las cosas empezaron a torcerse. Unos estudiantes de Harvard amenazaron con darle una paliza -sus habilidades sociales debían ser nulas- y sus padres le consiguieron un trabajo en el Instituto William Marsh Rice para el Avance de las Letras, la Ciencia y el Arte en Houston, Texas (ahora Rice University). Menos de un año después, volvió a Nueva Inglaterra explicando a un amigo que no es que lo hubiera dejado, sino que le habían echado. Parece que los alumnos, mayores que él, se burlaban de él e intentaba dar clase tapándose los ojos con las manos para no ver las muecas que le hacían. Perdió el interés en las Matemáticas —decía que «cada vez que veo una fórmula me pongo físicamente enfermo»— y se matriculó en la Facultad de Derecho de Harvard pero no terminó sus estudios. En 1914, poco después de dejar los estudios de leyes, fue arrestado por participar en una manifestación del 1 de mayo, una marcha de protesta que terminó en graves disturbios. Fue sentenciado a 18 meses en prisión por amotinamiento y agresión. Su padre pactó con el fiscal del distrito que le dejaran ingresar en un sanatorio en New Hampshire durante un año y luego estuvo en otro en California durante otro año, tiempo en el que los padres intentaron «arreglarlo». Después, volvió a la Costa Este, se alejó de sus padres y aceptó trabajos de dependiente que no requiriesen pensar ni tuvieran responsabilidades y se centró en intereses cada vez más dispersos y obsesivos. Escribió, a menudo con seudónimos, libros de cosmología, sobre historia de los nativos americanos (decía que en algún momento habían existido pieles rojas en Europa), sobre filología y sobre sistemas de transporte pues era lo que él llamaba un peridromófilo —término que acuñó él— una persona fascinada con los sistemas de transporte público. Era capaz de decir qué tranvías había que coger para llegar a cualquier calle en los Estados Unidos. Hace pensar en Sheldon Cooper y su pasión por los trenes.

A sus veintitantos años el futuro esplendoroso que se le auguraba una década antes, había desaparecido. Echaba la culpa de sus fracasos a sus padres y aunque intentaba vivir en un total anonimato, cada cierto tiempo la prensa le buscaba para ridiculizar lo que había sido del «genio de Harvard». Como su madre escribiría tiempo después «los periódicos no desaprovecharon ninguna oportunidad de intentar probar que estaba loco, o era un psicótico o simplemente un friki».



Con el tiempo algunos lo propusieron como el ejemplo del desastre de los niños prodigios, aniquilados por la presión a las que les someten las expectativas exageradas de sus padres, a ellos se les acusó  de no haberle proporcionado «la más básica seguridad emocional que un niño necesita para crecer normalmente». Se dijo que esos niños superdotados que renegaban de esas dotes era porque estaban sometidos a «una presión extrema, dominación, explotación y privación emocional». También se ha pensado si las mismas características mentales que le daban su creatividad le hacían víctima de la depresión o la falta de constancia y muchas de las historias que se cuentan sobre él encajan en un diagnóstico de síndrome de Asperger, incluido el acoso y el maltrato al que fue sometido por sus compañeros. Murió a los 46 años de una hemorragia cerebral.



La leyenda sobre el increíble CI de Sidis se originó después de su muerte. De hecho, su padre, Boris Sidis, despreciaba los test de inteligencia y en su libro The Foundations of Normal and Abnormal Psychology escribía «Lo mismo es cierto para la seudopsicología práctica que ha invadido la escuela, el juzgado, la prisión y la oficina de inmigración. sidisLos test de inteligencia son tontos, pedantes, absurdos y te llevan en una dirección enormemente equivocada». Pero el padre falleció también y la madre Sarah y su hermana, Helena difundieron el cuento de su excepcional inteligencia. Su hermana dijo que su CI era «el máximo que se hubiera obtenido nunca» pero no nos ha quedado ninguna prueba ni ningún registro de esas puntuaciones. William sacó el puesto 254 en un examen para funcionarios en 1933 y hay quien piensa que por error o conscientemente su hermana lo transformó en una puntuación de 254 en su CI. Helena también declaró que «Billy sabía todos los idiomas del mundo, mientras mi padre solo sabía 25. No consigo imaginar que hubiera alguno que Billy no conociera». Sarah, en su libro The Sidis Story, la historia de aquella familia peculiar, también hizo una afirmación difícil de creer, que «William podía aprender un idioma en solo un día». Uno de sus más recientes biógrafos Larry Gowdy escribió:

He estado investigando la veracidad de las fuentes originales de varios temas durante 28 años y nunca antes había encontrado un tópico tan lleno de mentiras, mitos, medias verdades, exageraciones y otras formas de información falsa como en la historia detrás de William Sidis.


Nunca sabremos cuál fue en realidad el CI de William Sidis, tan solo nos queda la certeza de su vida desdichada. En 1990, Guinness retiró la categoría «CI más alto» de su famoso Libro de los Récords tras concluir que los test de inteligencia eran demasiado poco fiables para seleccionar a una única persona con ese título. Hasta entonces, el«hombre» más inteligente del mundo era una mujer: Marilyn vos Savant. Sic transit gloria mundi.
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. Fuente: http://jralonso.es/